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Diogo vive entre niños angelicales y vestidos fallidos. El deseo lo hace crecer, a pesar de todas las delicias de la infancia que aún le cantan canciones de cuna. David (Pinheiro Vicente) también filma entre la delicadeza y la suciedad, es decir, entre sensaciones inquietantes y olor a sangre. Entonces, todo se agita, elíptica y metafóricamente, en una red enredada con fragmentos de lo que pueden ser sueños, recuerdos o visiones (como la red de insinuaciones sexuales que conecta a todos los personajes adultos). En el centro de la película una tensión entre la muerte y la culpa (que acaban completándose en el sacrificio ritual).