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Un hombre gritó un día. Lanzó para que el grito estuviera ahí fuera, hasta que encontró un amigo. Cada vez más y con más frecuencia, el hombre iba removiendo su memoria y llegaba a las personas que conocía. Podría ser que sus mejores amigos hubieran caído en el olvido. Y allí se perdió, con el miedo de no poder encontrar a ese niño, o al de la segunda infancia, o a ese grupo siempre junto sin hacer nada, en su primera adolescencia. Se sentía como un náufrago. Y entonces gritó que a su alrededor buscara un amigo; o pidiendo ayuda.