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Verano de 2008: John McCain asegura la nominación, pero las encuestas respaldan a Barack Obama. El estratega Steve Schmidt sugiere un cambio de juego: elegir a una mujer conservadora con conocimiento de los medios de comunicación, la desconocida gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como vicepresidenta. Ella es un éxito inmediato y un estudio rápido: la brecha se cierra. Luego, la personificación de Tina Fey, una serie de críticas y la ausencia de su familia, envió a Palin a un estado casi catatónico: no se prepara para su entrevista y bombas de Katie Couric. Schmidt busca una respuesta: no espere que ella aprenda los problemas, pero déle un guión. A Palin le va bien en el debate con Biden; ella encuentra su voz, se sale del guión y se desvía. ¿Un error?