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En 1941, México se convirtió en un país de refugio para los refugiados a quienes se les negaba Estados Unidos por ser comunistas o por ser considerados simpatizantes del comunismo. En Marsella, rebosante de refugiados, hay un cónsul mexicano que va mucho más allá de su deber, que expide miles de visas, solicita a intelectuales alemanes encarcelados en campos de concentración franceses y les permite salir de la Francia ocupada. En 1994, algunos ex exiliados fueron a México y le entregaron al embajador de 102 años un certificado: "Para Gilberto Bosques, cuya grandeza humana estará siempre presente en todos nuestros corazones".