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Las mujeres saharauis se enfrentan a la sed de la hamada, la maldición del desierto, todos los días. Han construido su refugio en una tierra donde nadie podía sobrevivir antes. Desde hace más de cuarenta años aguantan y cuidan a su gente allí. Se aseguran de que cada gota de agua se distribuya de acuerdo con las necesidades de cada familia, y esperan. Pero hay una sed aún más terrible en sus gargantas, para la cual no encuentran alivio.