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Una mezcla de audacia y tradición, la emperatriz Michiko de Japón logró hacer lo que ninguna otra emperatriz japonesa había hecho antes que ella: tomar el control de su vida a pesar de su falta de poder oficial. Ella transformó el tímido respeto de toda una nación hacia su emperador en un apego real y sincero. Instalada en el seno de la sociedad japonesa cuando el país se encontraba en estado de colapso tras la Segunda Guerra Mundial, y luego lanzada en un frenético rumbo hacia la modernidad, durante un período de 60 años, Michiko siguió un camino inesperado: el de animar a los japoneses personas a permitirse una mayor introspección para construir un Japón unido, pacífico e ilustrado.
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