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Al lanzar su flota contra los juncos chinos en 1889, el Imperio Británico declaró una de las primeras guerras motivadas únicamente por intereses económicos. Deplorando una balanza comercial en gran medida deficitaria con China, el Reino Unido quiere venderle sus reservas de opio por la fuerza. Ante la resistencia del Imperio Qing, los británicos pasaron a la ofensiva en nombre del libre comercio, de cuyas virtudes pacificadoras estaban convencidos. Desde esta historia ejemplar de relaciones ambiguas entre estados, desde la cooperación hasta la competencia feroz, se han repetido guerras comerciales, cada vez más sofisticadas pero no siempre menos sangrientas. El advenimiento de la revolución industrial, el liberalismo y luego la globalización han multiplicado las fuentes de conflicto.