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Hijo de un fabricante de zapatos, Georges Méliès decidió dedicarse a la magia. En 1888, utilizó su parte de la herencia para comprar el teatro Robert-Houdin, en el Boulevard des Italiens, donde sus espectáculos de cuentos de hadas atraían a multitudes. Siete años después, deslumbrado por la imagen animada de los hermanos Lumière, se lanza a una nueva forma de arte: el cine. Su sed de encantamiento le llevó a inventar efectos especiales. Pero la evolución del gusto del público y el paso del cine a la era industrial alejaron la máquina de sus sueños. Olvidado, acaba regentando una juguetería en la estación de tren de Montparnasse. En 1923, en un ataque de desesperación, destruyó los negativos de sus películas. Desde entonces, cinéfilos de todo el mundo han encontrado y restaurado bobinas.