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El día de su cumpleaños, Christine decide hacer un viaje sorpresa en tren para Arman. Como no le gustan ni los trenes, ni las sorpresas demasiado, ignora los esfuerzos de ella por hacer que el cupé sea acogedor y el viaje emocionante. Para atraer su atención y ponerlo celoso, ella comienza a saludar con la mano desde la ventana del tren a quienquiera que vea: un hombre del pueblo y un hombre de punta. Eso provoca que Arman invente dos historias sobre cómo esto cambió radicalmente la vida de los extraños. Inconscientemente ese juego de contar historias los lleva a una conversación que revela la verdad sobre su propia relación.