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Desde mediados de los sesenta hasta finales de los noventa, las salas de cine del Siglo de Oro fueron cerrando discretamente por centenares, en un barrio tras otro, en un pueblo tras otro, acabando su existencia proyectando películas azules y películas Z - Salvo la reapertura de unos pocos, todos se convirtieron, en el mejor de los casos, en garajes, lugares de culto, tiendas de descuento y supermercados. Estos antiguos templos cinematográficos (enormes catedrales o diminutas capillas) aún se destacan de los edificios demasiado comunes de la actualidad. Si esta película es un viaje al pasado, revelando un mundo silencioso que se pierde en el corazón mismo de las ciudades modernas, también remite a todos los cinéfilos a sus propios recuerdos y a su íntima relación con el paso del tiempo. Cada sala desierta, cada fachada de viejos cines, conserva intacta su propia fuerza emocional - HOY.