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Sonia Lettman no es una mujer (vieja) ordinaria. Aunque tiene ochenta y dos años, no está madura para la jubilación. Con solo 1,40 m de altura, Sonia es una bola de fuego regular. De los que nunca se dan por vencidos, empezó a aprender a tocar el acordeón a los setenta años, tras la muerte de su marido. Ahora toca su instrumento y canta en las calles de Metz (donde vive), de la ciudad de Luxemburgo y de los pueblos donde se realizan grandes festivales. Se ha convertido en una figura icónica en todos estos lugares y, a través de este cariñoso documental, François Baldassare ha decidido rendirle un homenaje.