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El director alemán Werner Schroeter invitó a sus cantantes de ópera favoritos a una abadía del siglo XIII cerca de París. LOVES DEBRIS no tuvo, y no pudo haber tenido, ninguna acción planificada previamente. No había guión, no había continuidad. Por otro lado, había condicionantes precisos que daban las reglas del juego: el escenario, la Abadía de Royaumont y los participantes elegidos. Cada cantante vino acompañado de una persona de su elección y trabajó en un aria elegida por el director. Y estaba ELISABETH COOPER, una "orquesta de una sola mujer", que transpuso y tocó las partituras en el piano y el órgano.