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En el siglo XIX, los niños -particularmente los hijos de los pobres- eran considerados un recurso explotable de mano de obra dócil y barata. Cualquiera que tuviera el descaro de robar incluso una porción de una barra de pan por cualquier motivo iría (como mínimo) a prisión, independientemente de su edad. Sin embargo, personas de conciencia comenzaron a protestar contra esta situación. La historia se desarrolla en una prisión para niños donde las condiciones son particularmente duras. El director es un tonto que exige el cumplimiento total de las reglas, o los niños serán tratados brutalmente. El subdirector es un hombre más moderno y está consternado por toda la institución, pero intenta empezar por reformarla. Para ello, invitó a una periodista a que viniera a ver las condiciones que prevalecen allí, con la esperanza de que despierte a la opinión pública contra al menos esta forma de injusticia.