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Aquí llegamos nosotros, Louise Coleman, la treintena animada y soñadora, nunca realmente adaptada al mundo que la rodea. Observemos juntos, tres momentos clave de su vida, reunidos en torno a su relación con los autos. Cómo aprendió a conducir, decidiendo adquirir una autonomía de movimiento que le permitiera finalmente encontrar la distancia adecuada con su compañero y su hijo. Cómo, con este flamante permiso, descubrió que mudarse no era tan fácil como esperaba, el día que se encontró sola, en el estacionamiento de un enorme centro comercial campestre, sin dinero, sin teléfono: encerrada afuera de su auto. Cómo se sumergía entonces en el recuerdo de las horas de su infancia, cuando conducía con su madre, tranquilizada en el capullo maternal del coche, pasajera transportada sin preocupaciones, sin esperas, sin soledad. Louise respiró entonces el aire de su madre, su feminidad y su melancolía. Nada fue tan malo.