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En las bulliciosas calles de El Cairo, rebosantes de gente que se apresura hacia su trabajo, la vida avanza a ritmos frenéticos. Congestión del tráfico, ruido y autobuses abarrotados de hombres y mujeres: esto es habitual en una gran ciudad en camino de progresar. Pero, debajo de este manto de normalidad, un tipo particular de crimen prospera en el mundo a pequeña escala del transporte público, tan sutil y elusivo para el ojo inexperto, que parece, prácticamente, inexistente. Las mujeres de todas las edades, independientemente de su atuendo, son objetivadas sexualmente y abusadas a diario, tolerando silenciosamente las necesidades pervertidas de los pasajeros masculinos. En esas circunstancias, ¿cómo puede una mujer defenderse de sus agresiones? ¿protegerse de la angustia y la vergüenza del hostigamiento repetido, cuando la población masculina de una nación permanece al margen de esta obscenidad?