La carrera de Woody Allen en el Siglo XXI ha sido errante, entre sus problemas legales en Estados Unidos que lo obligaron a buscar financiamiento en Europa y la inevitable pérdida de calidad para un tipo que nos había acostumbrado a ver una película por año, con una prolífica filmografía de 50 películas. Y si bien uno tiende a pensar que su obra se ha vuelto descartable, cuando repasa títulos se da cuenta que no demasiado atrás en el tiempo tiene obras como Blue Jasmine (Idem) o Café Society (Idem), que pueden estar inscriptas tranquilamente entre lo mejor de su producción. Después hay, sí, un largo camino de películas entre aceptables y discretas, y algunas vergonzosas como Scoop (Idem), De Roma con amor (To Rome with love) o Rifkin’s Festival (Idem). Sin embargo cuando descubrimos los títulos en los que ha fallado en todos estos años hay algo más preciso -y lamentable- para señalar: nuestro querido Woody Allen, nuestro héroe neurótico que nos ha hecho reír a carcajadas durante casi dos décadas, ha perdido el toque para la comedia. Porque son precisamente las películas que apuestan a los humorístico aquellas en las que su talento se ve más deteriorado. En algunas de sus películas hay humor, comentarios sarcásticos y algunas de esas frases divertidas con las que nos hacíamos camisetas. Y recuerdo precisamente una que adoro de la infame Scoop, cuando Allen está comiendo pan junto a Scarlett Johansson y le dice “No necesito hacer ejercicio. Mi ansiedad actúa como si fuera un ejercicio aeróbico”.
Con todo esto, decir que para rastrear una comedia suya que me haya hecho reír a carcajadas tengo que ir hasta 1997 con Los secretos de Harry (Deconstructing Harry) que es indudablemente su última gran comedia. Película inscripta además en una década en la que Allen estrena algunas muy buenas comedias, en una senda menos grave de la que había transitado en buena parte de los 80’s: Un misterioso asesinato en Manhattan (Manhattan murder mystery), Poderosa Afrodita (Mighty Aphrodite), Todos dicen que te quiero (Everyone says I love you) o la más sofisticada Disparos sobre Broadway (Bullets over Broadway) son películas encantadoras, chispeantes, divertidísimas, incluso con ideas de puesta en escena destacables como el hermoso musical con Julia Roberts. Los secretos de Harry, entonces, es su última gran comedia, una película repleta de ideas narrativas y visuales, donde imbrica varios de los tópicos de su cine pero donde hasta incluso integra datos de la realidad de su vida mediática en el origen del conflicto con Mia Farrow, mostrándose como un padre horrendo que termina secuestrando a su hijo del colegio. Película que se vale de lo episódico para construir el relato general de un autor al que sus personajes, pero también sus seres cercanos, vienen a reclamarle cosas, en una cruza entre realidad y ficción que no esquiva la presencia de lo fantástico. Es Woody Allen en estado puro diciéndole al personaje que interpreta su hermana, cuando lo acusa de negar datos del Holocausto, que los récords están para cumplirse. Un humor visceral y directo de un tipo que, no lo sabíamos entonces, estaba ofreciéndonos sus últimos rasgos de gran talento.
Harry Block, el enésimo alter ego alleniano, es un escritor bloqueado. Y digamos que hay un chiste bastante pavo en eso de Block – Bloqueado, pero igual se lo perdonamos porque es autoconsciente y porque la película va mucho más allá de eso. Los secretos de Harry es como buena parte de la obra del director en las últimas décadas, tal vez la que dio el puntapié inicial a eso de acumular ideas previas y organizarlas de manera más o menos fluida en un relato. Hoy cuando vemos Golpe de suerte en París (Coup de chance) no podemos dejar de ver cómo Allen mixtura sus propias películas, con dejos de Crímenes y pecados (Crimes and misdemeanors), Match Point (Idem), El sueño de Casandra (Cassandra’s Dream) o hasta incluso Un misterioso asesinato en Manhattan. Por lo tanto, no es difícil ver Los secretos de Harry como una sumatoria de cuentos cortos, de historias sin demasiado desarrollo, que el director y guionista usa como excusa en una película que habla, precisamente, de qué pasa con un creador cuando las ideas comienzan a agotarse. Por lo tanto podríamos llegar a pensar, incluso, que Allen nos avisó aquí de lo que iba a suceder con su cine posterior. No habría nada nuevo para contar, sólo volver y volver una y otra vez al pasado para encontrar, tal vez, algunos rasgos de brillo.
Así como la frase de Scoop que cité más arriba es una que se me viene una y otra vez a la memoria, siempre recuerdo una de las historias que integra Los secretos de Harry, que me parece una cruza entre ingenio e inteligencia, que es siempre el lugar donde Allen encontró sus mejores ideas. El relato dentro del relato habla del empleado de una zapatería que le pide a un compañero de trabajo que le preste su departamento para encontrarse con una mujer que conoció. El giro de este cuentito es que esa noche, cuando él está pasándola bien y vestido con la bata del dueño de casa, llega la Muerte al departamento para llevárselo. Y de nada sirve que él le diga que no es a quien la parca viene a buscar, sino que básicamente en la bata está bordado el nombre y con eso le alcanza para pasarlo a mejor vida. Es una idea genial, porque es no sólo un gran chiste perfectamente narrado, sino porque es ocurrente, absurdo y hasta creativo en esa mirada sobre la burocracia de la vida y el azar, gran tema del cine del director de Manhattan (Idem). Otro de los cuentitos que me encantan es obviamente aquel protagonizado por Robin Williams, el del actor que está fuera de foco y arruina el rodaje de la película en la que participa. Desenfoque que se extiende a su vida hogareña y que vuelve patética la vida del personaje. Otra historia ocurrente, que cruza lo fantástico con una transición entre la neurosis tan cara a Allen y cómo afecta el discurso cinematográfico.
Cuentos, ideas, chistes apenas disimulados, todo se acumula y vale en una película que por momentos retoma el espíritu de las comedias fragmentadas que Allen filmaba en los 70’s. Pero Los secretos de Harry es, como decíamos anteriormente, la película con la que el director exorciza algunos de los temas de moda que por entonces revoloteaban alrededor de su figura pública, algo que tal vez ya había retratado anteriormente y de manera más cruda en Maridos y esposas (Husbands and wives) pero donde todavía no estábamos tan enterados. Harry Block va a ser reconocido en la Universidad donde estudió y llega en su auto (a su manera la película es una road movie) con un amigo muerto, una prostituta con droga en su poder y su hijo secuestrado. Allen reflexiona así sobre la idea del artista cuya vida privada se filtra hasta confundirse en uno; el típico personaje del que la gente no puede separar persona y obra. El monstruo, el despreciable, al que todos le piden respuestas, incluso sus personajes ficcionales. La ascendencia de Allen en el público y la intelectualidad de aquellos tiempos le permitía todavía usar una película divertida y chispeante como esta a manera de descargo. Y hasta incluso conseguir una nominación al Oscar como mejor guión. Eran otros tiempos (en muchos sentidos) que comenzaban a apagarse y tal vez de forma inconsciente Allen filmó este testamento fílmico antes que su carrera sea tomada por un tipo que simula ser él y hace evidente todos los trucos.
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