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Breves encuentros / qué hacer con el amor en un mundo nuevo

Hay una especie de subgénero del cine soviético que me fascina: comedias románticas hechas frente a la confusión sentimental que produce la desintegración de las ideas de amor romántico y propiedad privada. Ante una revolución proletaria que reorganiza las ideas de todo tipo de vida compartida, ¿cómo se reorienta el amor? Hay una película de Abram Room gira alrededor de este problema. Aparentemente basada en un momento de la vida de Mayakovsky, que vivió muchos años con su “musa” Lilya Brik y el esposo de ella, Osip Brik. En la película, una pareja que vive en un departamento muy chiquito de Moscú en el que hay que separar cosas con cortinas y mover siempre algo para dar lugar a otra cosa. Llega a la ciudad un amigo del marido, Volodia, que no encuentra un lugar para vivir y se queda con ellos un tiempo en ese espacio minúsculo. La esposa está harta de la esclavitud de sus tareas domésticas, de tener que acomodar cosas sin que haya lugar para ponerlas, de sentir que la casa se le viene siempre encima. En realidad ella está casi todo el día tirada leyendo revistas y soñando con una vida más estimulante que la que le tocó, con un marido un poco más atento y menos dictatorial.

La llegada del amigo la amarga todavía más, porque la siente como una afrenta más a sus condiciones de vida: el departamento ahora se siente todavía más ínfimo, y hay muchas cosas más por hacer. Pero Volodia no es como su marido, y hace su parte de las tareas domésticas y entre los dos piensan cómo hacer de ese departamentito un lugar más agradable. Volodia seduce a la esposa abiertamente con regalos, chistes y, lo más espectacular de la revista, un viaje en avioneta sobre Moscú mientras su amigo está en un viaje de trabajo. Volodia y la esposa se enamoran, y cuando el marido llega de viaje se enfrenta con la situación francamente: termina él durmiendo en el sillón. La trieja se forma de una manera un poco despareja, con conflictos y peleas, pero finalmente la esposa termina teniendo vínculos con los dos, que se van transformando en unos machos un poco desagradables. Finalmente ella queda embarazada y, al no saber quién es el padre, se rompe el hechizo de la vida sin propiedad privada: la presionan para abortar (el aborto legal es una de las primeras conquistas después de la revolución de octubre para las mujeres). Finalmente ella huye, y ellos quedan viviendo su vida de solteros en la misma casa (juntos parece ser todavía inimaginable).

Pasa algo similar en Al borde del mar azul, de Boris Barnet, donde los dos amigos marineros naufragados se enamoran de la misma mujer que, juguetonamente, intenta resolver la situación sin conflicto, sin celos, sin propiedades. Pero los hombres no pueden con esto, y actúan directamente en contra del bienestar de la comunidad, lo cual es un escándalo. Lo mismo pasa en Un verano generoso, también de Boris Barnet, en la que un personaje de algo que no es un triángulo amoroso, sino un cuadrado, se pregunta: ¿Son los celos una regresión hacia el capitalismo? Y si lo es, ¿no lo es también el amor? Su respuesta a todo esto es que Si se ama, se tiene que creer. Los bordes de este triángulo están todos involucrados en el éxito de la granja colectiva, y sus persecuciones son elípticas y hechas de canciones. El centro de la cuestión es ese, el bienestar colectivo.

Hay versiones oscuras de esto mismo: En Poema del Mar, de Yuliya Solntseva, un joven es un gran trabajador, pero es una persona horrorosa. Piensa en casarse con la hija de su jefe para escalar socialmente, deja atrás a la novia que ama y que está embarazada con su hijo, tiene en otra ciudad una esposa que viene a alarmar a la chica que está por casarse que su novio es un farsante. En este caso, el pueblo lo tiene bien claro: una persona como esa no es un verdadero y buen comunista, sólo piensa en él mismo y su voluntad. En esa actitud rastrera y engañosa ante las mujeres de su vida, en esa forma de ser abiertamente injusto con aquellas con las que comparte un vínculo, los compañeros leen una imposibilidad para participar de la causa colectiva.

En Breves encuentros de Kira Muratova, dos mujeres aman al mismo hombre. Una de ellas es una importante miembro del partido que se dedica al planeamiento urbano, y es interpretada por Muratova misma. La otra es una jovencita Nina Ivanovna Ruslanova, una trabajadora de un restaurante en el medio de la nada que todavía no ha podido estudiar y especializarse. El hombre en cuestión es el esposo de la mujer mayor, interpretado por Vladímir Vysotsky, quien en ese momento era un cantante famosísimo en todo el mundo. Él hace de un geólogo que recorre la Unión Soviética en proyectos, una especie de científico nómade, áspero y seductor que toca la guitarra por los pueblos. Muratova construye con Vysotsky una especie de figura de deseo, una especie de condensación de la masculinidad de la época, un “todo lo que quieren las wachas” circa 1967. Gran parte de la película se dedica a observar a este hombre, su tono de voz, sus movimientos muy sutiles, su parquedad y su forma de seducir a las mujeres.

Ambas mujeres recuerdan a lo largo de la película momentos con este hombre hermoso. Ambas lo idolatran, para ambas es esquivo, un misterio. Ambas tienen con él una gran intimidad. En el caso de la mujer más joven, quizás un primer amor más pregnante, aunque físicamente más lejano, en el caso de la esposa una intimidad hecha de retazos de vida en común en el hogar separados por momentos de ausencia y la eterna pregunta de por qué este hombre siempre se va y siempre regresa. Cada una construye su deseo y su misterio por su cuenta, sin hacer partícipe a la otra. Cada una lo añora. Una de ellas conoce la situación, la otra no: la mujer más joven, loca de amor, llega a la casa del personaje que interpreta Muratova en medio de la noche. Ella la confunde con la mujer que el partido iba a enviar para trabajar en su casa, y la invita a quedarse a vivir con ella. Le hace preguntas sobre su futuro, si quiere estudiar, si quiere ir a la escuela nocturna, si quiere vivir en otro lugar. La joven, abrumada por su decisión y por la amabilidad de esa mujer, quiere escapar. Pero finalmente se queda cuando la otra le dice que no hace falta que trabaje ahí si no quiere, pero que se quede a vivir en el living, y comienzan a convivir extrañamente. La joven ve la vida de su rival, la acompaña a su trabajo, en sus paseos por el pueblo, conoce gente del pueblo, tiene conversaciones. Mientras tienen esa vida compartida, la una al lado de la otra, las dos recuerdan al mismo hombre, al hombre que añoran. Hay algo de la liviandad en la que se mueven las imágenes en el montaje, los recuerdos, los vínculos, que hacen de esto no un drama, sino una posibilidad de imaginar otra vida. Quizás podrían vivir juntos los tres, quién sabe. Eso nunca sucede: cuando escucha que el marido está a punto de volver, la joven se va de la casa, desaparece casi al mismo tiempo que este hombre misterioso vuelve a su casa y a su vida anterior. Desaparece ella también para acumular una de tantas nuevas vidas.

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