En Top Gun: Maverick (Joseph Kosinski, 2022), Pete “Maverick” Mitchell (Tom Cruise) recibe el encargo de entrenar a los mejores pilotos de la Escuela de Armas de Combate de los Estados Unidos (conocida popularmente como Top Gun) para una misión casi imposible. Pero Maverick también debe enfrentarse a su pasado porque entre los reclutas está Bradley “Rooster” Bradshaw (Miles Teller), el hijo de su difunto compañero Nick “Goose” Bradshaw (Anthony Edwards).
Top Gun: Pasión y gloria (Top Gun, Tony Scott, 1986) fue uno de los grandes hitos del cine estadounidense de los ochenta, gracias a su sencilla, pero efectiva historia de amistad, valor y superación, logrados efectos visuales y el trabajo general del elenco; hasta su canción original Take My Breathe Away, de la banda Berlín, dejó una marca en la música de esta década y se convirtió en un clásico imperecedero de la cultura popular. Debido a todo esto, más de treinta y cinco años después de su estreno, esta primera entrega se mantiene como una de las mejores películas sobre pilotos de combate del cine bélico.
Top Gun: Maverick recupera tanto la historia, como la esencia de su antecesora. Por lo mismo, no es casual que en los créditos iniciales veamos un despliegue de pilotos y hombres de la Marina en dinámicos ensayos, mientras de fondo se escucha a Kenny Loggins cantar Danger Zone, otro hito musical de la primera parte. Con esta demostración de aviones, hombres rudos y coordinación, al ritmo del mencionado tema, la película deja claras sus intenciones: “revivir” el espíritu del cine ochentero; hacer del combate y la camaradería dos aspectos fundamentales para el sentido de la historia; que esta a su vez sea tan directa y transparente como la historia de la primera; y que el público se divierta sin dificultades.
En Maverick confluye todo lo anterior, puesto que continúa siendo un descarado rebelde con aire juvenil, pero maduro, y un personaje honesto y adicto a la adrenalina, que no desea ascender de capitán para poder seguir pilotando aviones. En otras palabras, gran parte del encanto que irradia radica en su personalidad atrevida, íntegra y comprometida con lo que le apasiona, y sin complejos dilemas éticos. Bastante parecido al mismo Tom Cruise, además, quien a sus pocos más de sesenta años hace sus propias y arriesgadas acrobacias de acción, no teme a nuevos retos y produce muchas de las películas que protagoniza, por lo que continúa como una de las figuras más relevantes de la primera línea de Hollywood.
Uno de los motivos que hacen de Top Gun: Maverick una rareza y, al mismo tiempo, un espectáculo digno de ver en el cine —en estos tiempos controlados por el streaming y el CGI— es que Cruise y el director Joseph Kosinski se atrevieron a rodar las escenas de los aviones sin computadoras. Y para lograr el mayor realismo posible, Cruise diseñó un entrenamiento de tres meses que el elenco más joven debía completar para pilotar aviones de verdad. El resultado de semejante preparación no solo se ve reflejado en las impresionantes secuencias de acción —formidablemente sonorizadas y editadas, inclusive— sino que devuelve a los espectadores a “la época del todo o nada”, como diría el personaje de Stuntman Mike (Kurt Russell) en A prueba de muerte (Death Proof, Quentin Tarantino, 2007), es decir, aquella donde gente real debía hacer acrobacias auténticas o no había película. Toda una hazaña épica convertida en una experiencia cinematográfica de altura.
Asimismo, al probar los límites de la industria actual y salir airoso entre la taquilla y la crítica, Cruise demuestra que el público todavía es receptivo a las emociones del cine comercial de antaño, por decirlo de alguna manera. Esto también se debe a la sencillez, mas no ingenuidad, de la temática, la narración y los personajes, que apela al fácil entendimiento de los espectadores sin usar elaboradas metáforas ni dobles sentidos, similar a la primera parte, a pesar de la ocurrente lectura que Quentin Tarantino hizo de esta en Sleep with Me (Rory Kelly, 1994). Donde algunos verán clichés harto explotados en el cine, otros encontrarán una historia atractiva precisamente por su claridad.
En la secuela, los pilotos tienen ahora la misión casi suicida de destruir una planta de enriquecimiento de uranio de un enemigo sin rostro ni nombre, que bien puede representar a cualquier enemigo de los Estados Unidos. En realidad, debido a que la película no tiene interés en hacer comentarios explícitos sobre la geopolítica actual o pasada, no importa a quién le pertenece la planta, sino que el objetivo en sí es un motivo para probar a los personajes principales, y hacerlos madurar en el caso de los novatos. Por un lado, ya que Maverick se enfrenta a su caducidad como piloto de pruebas, debe llevar sus habilidades al límite para demostrar su vigencia. Por otro, Rooster, Jake “Hangman” Seresin (Glen Powell), Natasha “Phoenix” Trace (Monica Barbaro), Reuben “Payback” Fitch (Jay Ellis) y los demás del moderno, variado e insolente grupo tienen que aprender a ser adultos, por lo cual además cualquier espectador sobre todo joven se puede identificar con ellos.
Y ya que el drama no está trabajado con tanta profundidad como el de otras obras bélicas más complejas, Top Gun: Maverick se permite seguir a los personajes en pequeñas faenas, como al héroe reconquistando a su antigua novia Penny (Jennifer Connelly) a la manera de un colegial, o a todos los reclutas jugando semidesnudos en la playa, sin complicarse ni preocuparse con asuntos como la “cosificación del cuerpo” u otros similares; simplemente los muestra para disfrute de los espectadores, muy afín, otra vez, a décadas anteriores y más despreocupadas que esta.
Incluso, si bien el grupo es heterogéneo, la película evita hacer énfasis en sus diferencias raciales o de género, como es usual en la actualidad, para enfocarse en sus similitudes: Maverick tiene remordimientos, Rooster está resentido y Hangman es un patán, y aunque uno y otros pertenecen a generaciones diferentes, todos quieren superarse y demostrar que son los mejores. En este punto, Top Gun: Maverick posee una fórmula narrativa parecida a la de su antecesora, que mostraba a Maverick y Tom “Iceman” Kazansky (Val Kilmer) ensartados en un arrogante duelo personal y profesional, pero que todavía funciona sin problemas.
Precisamente, la forma como maneja la nostalgia por la entrega anterior es otro de los atractivos de la secuela. Los flashbacks y las constantes menciones a Goose, quien se convierte en una presencia durante gran parte de la película, sirven para conectar narrativa y emocionalmente a una con la otra. Pero capaz más significativa resulte la breve aparición de Iceman porque ayuda al progreso de la narración, cierra de manera conmovedora la historia de su personaje y su amistad con Maverick, y termina por ser un sentido y merecido homenaje a Kilmer.
Aunque Top Gun: Maverick plantea que los buenos triunfarán y los malos serán derrotados, maneja de forma estupenda el suspenso, especialmente, con el montaje alterno entre los pilotos en la misión y el mando de la Marina observando todo desde la distancia. Así pues, en muchos sentidos Top Gun: Maverick es una película sumamente entretenida, sin apelar a revisionismos ni cuestionamientos morales, como vimos, que busca incluso hacer que el público crea en milagros, pero sin caer en dogmas. Al final, Maverick encuentra paz por la muerte accidental de Goose al salvar a Rooster, quien termina como su padre haciendo de compañero del primero; contra todo pronóstico la misión es un éxito; los personajes se salvan y se hacen amigos; y, en última instancia, aprenden a dejar el pasado atrás. Algunas veces, eso es todo lo que los espectadores queremos.
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