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Instante

Medio siglo suena como mucho tiempo, pero ese es el tiempo transcurrido desde que mi padre, acostumbrado a llevarme a ver los famosos westerns italianos, hizo una excepción y me dijo, esta vez veremos algo diferente. En ese instante yo devoraba atentamente, en nuestro pequeño televisor en blanco y negro, un capítulo repetido de Los Invasores. Miré a mi padre por un instante y lo observé sonreír, cosa no muy común en él, pero volví rápidamente mi vista a la pequeña pantalla y sentado en mi silla habitual, sosteniendo mi más nueva revista de historieta en las manos, me perdí en la pantalla de nuestro televisor.

Me gustaba el cine Cervantes, hacia honor a su nombre, gigantescas y hermosas pinturas de El Quijote adornaban sus paredes anunciando la entrada a un mundo de fantasía y delirio. Eran los tiempos en que se hacía un intermedio para que la gente saliera a comer algo al lobby y fuese al baño, y obviamente, por respeto, nadie llevaba comida a su asiento, porque el silencio era sagrado. Lo importante no era la comida, era la película.

Esa música penetrante, cautivadora, soberbia, y esa imagen enigmática, entregando un mensaje sin palabras, me golpeo en mi cerebro, no podía creer que hubiésemos pasado tan naturalmente de un simple hueso girando en el aire a una nave espacial, como si avanzar hacia las estrellas estuviese en nuestro interior desde que éramos primitivos. De ahí en adelante perdí todo contacto con la realidad de la sala del cine. Los paisajes de las pinturas de El Quijote se transformaron en cúmulos de galaxias, estrellas y planetas lejanos, misteriosos, los molinos eran naves gigantescas y Don Quijote un osado astronauta dispuesto abordarlas.

Luego la aventura avanza, pero se complica. Esa máquina inteligente está haciendo algo que no le corresponde a una máquina y es necesario controlarla, superarla, parece que los humanos no vamos a triunfar sobre la máquina pero lo hacemos, ¡triunfamos!. Pero entonces la historia vuelve a complicarse, derrotamos a Hal, pero tan solo para descubrir que el problema es mayor de lo que pensábamos. Hay un misterio insondable hacia el cual viajar.

Hasta ahí la película me encantaba, puesto que estaba acostumbrado a la confrontación de los buenos humanos contra los malos invasores del espacio exterior, y si bien Clint Eastwood no hacía ciencia ficción, al menos en sus películas dejaba claro que un hombre siempre puede conseguir lo que se propone.

Entonces ocurre algo vertiginoso, avanzamos hacia las escenas finales, el tiempo desaparece, las relaciones de tamaño desaparecen, ¿es todo solo una fantasía mental del personaje? o ¿es que nuestra realidad solo está en nuestra mente? o ¿es que algo superior al ser humano controla el tiempo y el espacio?.

Aún recuerdo mi estado de shock al ver como el tiempo del personaje se superpone y joven se ve a sí mismo viejo, como si estuviese en dos instantes simultáneamente. Siento que el ritmo de la película se quiebra porque siento que el tiempo desaparece y, por lo tanto, la película no tiene un ritmo. No se si el momento cúlmine esta por venir o acaso ya pasó. Viene la escena final, una imagen maravillosa donde además se rompe la relación de tamaño entre un feto y un planeta, y la dimensión de algo ya no es lo que uno podría creer, porque no se si el pequeño feto se ha hecho gigante o el gigante planeta se ha hecho pequeño o si solo se trata de otro mensaje sin palabras,

The End.

Quedo alucinado pero sin comprender cabalmente y no, no entiendo los saltos temporales del personaje viéndose a si mismo, o acaso ¿todo se trata simplemente de decir, sin palabras, que el tiempo y el espacio son relativos?. Miro a mi padre, me mira con un gesto de curiosidad y me dice, creo que vas a pensar un poco en esta película, vamos a casa, ya es tarde y tu madre nos espera para cenar.

Muchas cosas han pasado en estos cincuenta años. Mi padre pasó a mejor vida y yo seguí la mía.

Es curioso, pero pienso en Odisea Espacial 2001 ahora que veo avanzar vertiginosamente a la AI como si fuese a ser nuestra solución en la vida, de hecho la tengo en mi teléfono celular desafiándome a que le pregunte algo y si bien me inquieta un poco la similitud con la placa Dios de la película, en realidad solo me pregunto si acaso, al igual que Hal, también se volverá en nuestra contra o si quizás nos abrirá una puerta a algo más misterioso y complicado.

Pensaba en eso mientras subía por la escalera hacia el altillo de la casa familiar, que obviamente estaba lleno de cajas y objetos empolvados por el inexorable paso del tiempo. Mi hija me había dicho, papá ¿porque no ordenas el altillo y aprovechas a regalar o vender cosas que llevan ahí un millón de años?, así que me entró la curiosidad y fui a revisar.

Por suerte la luz funcionaba bien. Abrí varias cajas. Había ropa olvidada que, curiosamente, quizás podría estar a la moda hoy día. Sorpresivamente encontré algunos números perdidos de mi colección de revistas, me alegré por ello y eso claramente no se vendería.

Encontré también nuestro gran espejo antiguo, le saque su cubierta de tela y me quedé observando mi imagen un rato. Era raro verme viejo y con las revistas de niño en las manos.

Entonces vi la caja, me pareció conocida, le limpié el polvo, la abrí y si, ahí adentro estaba nuestro antiguo televisor en blanco y negro. Lo saqué de la caja, lo puse sobre una banqueta y me senté sobre la vieja silla del antiguo comedor familiar, la última que aún quedaba en pie.

Me sonreí al recordar todas las horas gastadas viendo mis series favoritas y también me acordé de mi estado de shock al no entender el final de la película.

Fue entonces cuando, sin pensarlo, giré mi vista hacia el espejo y me vi sonriendo, pero en realidad no era yo el que sonreía en el espejo, era mi querido padre sonriéndome una vez más, y ya no era yo el viejo sentado en la silla, era de nuevo el niño, con su revista de historieta en la mano, sentado frente a su añorado televisor.

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