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BABYLON Del cine y la locura

¿Vieron Babylon?

Eso sí que es cine.

Además de mostrar una maestría en puesta en escena, la película desborda de actuaciones brillantes (¿En serio no le dieron el Oscar a Margot Robbie por esa peli?)

La obra es un compendio de buen cine. Tiene un guion sólido, divertido, audaz, mordaz, disruptivo y también imprevisible.

Las proezas técnicas del equipo técnico (cámaras, luces, coreografía, arte, sonido) lo hacen un gran show.

Porque Babylon divierte pero también hace pensar.

Y eso no es poco para el cine hollywoodense del mundo del entretenimiento.

La escena inicial es una rave salvaje y alocada, como un gran videoclip, una mega producción en el que destaca una búsqueda estética refinada y a la vez desbordante, mezcla de orgía, bacanal suntuosa y refinamiento estético.

La variedad, diversidad y cantidad de personas, objetos, situaciones y colores en esa escena bien podría hacernos acordar a un cuadro de Jheronimus Bosch, mezcla de locura infernal, sinsentido extremo y desbordes.

Una mixtura de artificialidad y extremos en un espacio convalidado por una cosa en común: el placer.

Y esto es muy interesante si se piensa que la película está situada en los años 30. Quién se imaginaría que ese clima de extremos y permisos sexuales, libidinosos y hasta macabros estuviese a la orden del día en aquellos tiempos aparentemente tradicionales y de las buenas costumbres.

Es que el concepto de fiesta salvaje no es invento de la modernidad ni mucho menos. Conocemos como los romanos hacían sus orgías salvajes en medio de un derroche de recursos que incluían prácticas tan extremas que a veces terminaban en muertes… o cosas peores.

Un buen ejemplo de esto es la película Calígula (Tinto Brass, año 1979) en el que se ven entre otras cosas, escenas explícitas que exceden la imaginación común.

Vale decir: el siglo XXI no invento el desmadre.

Hace rato que en determinados lugares (en particular donde los recursos económicos son casi ilimitados) existen ciertas conductas que parecieran ser un refinamiento extremo de impulsos básicos. Sexo, droga, alcohol, dolor, masoquismo, sadismo, emociones desbordantes, sumisión y dominio entre un abanico de posibilidades del mundo de los sentidos.

Y algunos de ellos culminan en la muerte.

Es así como comienza en parte esta historia. Una actriz famosa es llevada al límite del desenfreno y muere en una orgiástica fiesta privada en la habitación de un productor degenerado dejando a la película sin su estrella.

Y es por esas cosas del destino que justamente llega allí una ignota bomba sexy, salvaje y sin límites que intenta colarse en la fiesta de aquellos millonarios. El personaje de Nellie LaRoy (Margot Robbie) se mete por la ventana al extremo loco y desaforado mundo del espectáculo del cine mudo.

El joven que la hace ingresar (mintiendo) se convierte en el coprotagonista de esta descabellada historia. Interpretado por Diego Calva en el papel de Manny Torres vemos como a la vez la ayuda mientras secretamente se enamora.

Atención: No se preocupen, no hay spoilers aquí. En primer lugar porque la peli es tan compleja que es casi imposible seguirle el hilo. ¡Así que tranquilos, sigan leyendo!

Pero así como en esta historia hay desbordes cargados de erotismo artístico, se muestra en otro momento un verdadero tour al infierno del Dante.

En una escena a prueba de estómagos sensibles, un depravado prestamista, interpretado de forma alucinante por Tobey McGuire, lleva a sus invitados a un lugar perdido en la montaña en donde vemos que la perversión de las clases adineradas de Los Ángeles de comienzos del siglo XX, no tenía límites.

Entre personajes deformes, curiosidades monstruosas de circo humano, prácticas tan abyectas que solo se podrían tolerar bajo el efecto de drogas, exceso del alcohol o mentes enfermas, los protagonistas recorren largos pasillos, yendo de una perversión a otra, viendo toda clase de abominaciones, riendo y tomando mientras juegan su dinero en apuestas clandestinas. La violencia y lo escabroso encuentran su lugar de una manera también artística, aunque retorcida. La maestría del manejo de la cámara, la increíble puesta en escena, la variedad y la complejidad de seres ruines y de hábitos perversos, hacen de esta escena, un verdadero paseo por lo más oscuro del alma humana.

Como si se tratara de un carrusel de imágenes dementes, ese mundo se transforma en una realidad aparte dentro de la en apariencia correcta y hasta mojigata sociedad californiana.

HABLEMOS DE BRAD PITT

Claro que sí. En primer lugar, sigue siendo un actor diferente en muchos sentidos. Es a la vez creíble e increíble. Su actuación tiene un tono tan bien seteado que a pesar de que lo vemos y sabemos que es el mismo de El Club de la Pelea, Leyendas de Pasión, Conoces a Joe Black y un sinnúmero de éxitos de Hollywood, logra hacernos creer que es un actor, estrella del cine mudo que no encuentra lugar en el nuevo mundo del cine.

¡Vaya paradoja!, estamos hablando de uno de los actores mejor pagos de la historia del cine. Un acumulador de premios, buenas críticas, fans por millones y como consecuencia de todo lo anterior, multimillonario. Y ahí estamos, viendo como Jack Conrad está al borde del acabose, en un plan de pasado glorioso y de futuro oscuro.

Porque además de ser un personaje querible (incluso con sus defectos y excesos), su buen corazón lo hace, en cierta forma, respetable. Brad Pitt logra ser y no ser Brad Pitt al mismo tiempo. Pocos actores logran eso. Quizás Al Pacino o Joaquin Phoenix o el mismo Darín, pero no muchos más. Y es que su presencia es tan icónica que parece un poster viviente que se representa a sí mismo, pero siempre distinto. Su aparente liviandad en pantalla es la consecuencia de su presencia entre enormemente carnal y a la vez etérica.

Lo disfruta y nos hace disfrutar de su presencia en pantalla.

El director de la película es Damien Chazelle que hizo Whiplash y La la Land ha ganado 3 premios Oscar y 7 Globos de Oro. Su mano se nota y su presencia es prodigiosamente un susurro. Como si fuese un personaje invisible que regula con un aliento mágico el devenir de los acontecimientos.

Hay dos facetas para observar. La primera es la puesta en escena. Es decir la coreografía de actuación, las situaciones junto con el arte y como esto se imbrica con los movimientos de la cámara y la iluminación de todo el espacio escénico. Esto ya es una obra maestra. Por otra parte, la narrativa, originada en el guion del mismo Chazelle, en donde se mezcla y funde con exquisita gracia y desparpajo, una historia en la que argumento, trama y relato nos llevan a viajar a ese mundo en el que conviven la realidad y la fantasía. El elenco hace el resto. Cada actuación está seteada en un tono particular, propio y a la vez conectada con los demás en medio de una convivencia de universos personales diferentes. Se acompañan en la soledad más profunda, tramando, conciliando o irrumpiendo -depende el caso- al punto de crear un verdadero caos cuya hermosura reside en su imprevisibilidad.

Una aventura tan loca como posible y tan real como delirante. Para verla, disfrutarla y ponerse a tono con los inicios del cine. ¡Salud!

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