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Caligari en el cuarto amarillo (Análisis sobre "El tercer hombre")

Caligari en el cuarto amarillo

La ciudad de Hameister

El aspecto más recordado de "El tercer hombre" (1949, Carol Reed sobre la novela de Graham Greene) quizás sea su inspirada banda sonora, a cargo del músico autodidacta Anton Karas, pero días después de haberla visto las imágenes que perduran en mi memoria son incluso más abstractas y poéticas que el sonido de la cítara húngara. Buscando información sobre Robert Krasker, su director de fotografía, llama la atención descubrir que estuvo a cargo de la iluminación (y por lo tanto de la ambientación) de cuarenta y un películas a lo largo de cuarenta años. Más interesante resulta descubrir que fue Krasker, quizás sin proponérselo, quien le dio al género noir y sus derivados la dimensión gigantesca en oposición al estilo intimista fundado por Nicholas Musuraca, director de fotografía del primer film noir en toda regla. La diferencia capital entre Krasker y Musuraca es la presencia onírica e inquietante de un personaje invisible e inadvertido, un ente que observa todo en silencio y permanece en la mente del público días y semanas después de terminar el film: la Ciudad.

Treinta años antes del éxito de "The third man" (tal su nombre en inglés) otro director de fotografía proponía jugar frente a la cámara con las luces y las sombras exageradas por la fiebre y la pesadilla del personaje principal: era el prolífico Willy Hameister, responsable estético de "El gabinete del doctor Caligari", película fundante del llamado expresionismo alemán, breve movimiento de cine caracterizado por sus estilizados escenarios, cargados de líneas diagonales y sombras imposibles. Así se muestra la Viena de posguerra a la que llega el escritor Holly Martins a ver a su amigo Harry Lime, quien habló con él para ofrecerle un trabajo. Así se expandió y se afianzó la estética film noir.

La calle Leroux

Dos años antes de publicar su obra más famosa, "El fantasma de la Ópera", el periodista francés Gaston Leroux alcanzó la fama en su época con su novela policial más celebrada, "El misterio del cuarto amarillo", en la cual una paradoja que parecía sobrenatural encontraba su solución lógica gracias al trabajo intelectual de un joven detective aficionado. En esa ficción la joven Mathilde Stangerson permanecía inconsciente mientras Joseph Rouletabille intentaba desentrañar quién la había atacado y cómo lo había logrado… en un cuarto cerrado desde dentro, sin ninguna entrada oculta. Antes de despertar la desdichada el joven periodista devenido detective ya había logrado explicar lo que ella iba a poder confirmar, siempre apoyándose en una certeza: el mundo real puede ser mucho más lúgubre que cualquier fantasía mística.

Como un Rouletabille amargo y deprimido el escritor Holly Martins responde a la invitación de su amigo sólo para descubrir al llegar que ha muerto recientemente, atropellado y desfigurado por un camión, según informa el encargado del edificio donde vivía. Sin embargo algo suena un poco ilógico cuando se entera de que antes de expirar logró decir unas palabras, gracias a la rápida atención de dos colegas. Al volver a interrogar al encargado, con ayuda de una misteriosa mujer íntimamente relacionada con el occiso Harry Lime, Martins se sorprende con la mención de un tercer hombre, alguien de quien no se oye la voz, ni se conoce el rostro: una sombra. En su búsqueda de la verdad (un ajedrez intelectual entre la lógica de Martins y la mística de la ciudad de Viena) el escritor devenido detective se enfrenta a las fuerzas policiales de los tres bloques que pugnan por dominar la capital al térmimo de la Segunda Guerra, tropieza con un complejo sistema de contrabando que florece en las alcantarillas y se enreda en los anhelos y frustraciones de varios personajes que deambulan sobre el húmedo empedrado austríaco, entre altos faroles mortecinos, arcadas y ventanales de pesadilla o de sueño, según la emoción de cada escena. Finalmente, como en la novela de Leroux, la solución al misterio que parecía sobrenatural se encuentra en la simple premisa del principio, en una ciudad tan presente que parece ofrecer la luz de un farol y la sombra de una arcada para exponer al tercer hombre frente a Martins.

El gabinete de Orson Welles

Menos recordado que el caso del cuarto amarillo es la segunda incógnita que cuenta Leroux en su novela, la llamada galería inexplicable. En ese capítulo la joven Mathilde sirve de señuelo para llamar la atención del desconocido atacante bajo la supervisión de Rouletabille y otros tres hombres ocultos en distintos puntos estratégicos del castillo de Glandier. Al grito de alarma los cuatro hombres corren hacia la muchacha por pasillos que no permiten pasar a nadie sin ser visto, pero al llegar al lugar sólo hay cuatro personas además del propio Joseph Rouletabille: la muchacha, dos parientes de ella y un tercer hombre que fue enviado por la jefatura de policía para proteger a la señorita Stangerson. Por supuesto la solución al misterio se encuentra en la simple premisa y bastará con releer la lista de personajes para empezar a develar el caso. Como un personaje de ese libro Orson Welles interpreta al misterioso tercer hombre, la sombra que echa luz sobre la misteriosa desaparición de Harry Lime, su conexión con la red de contrabandistas, falsificadores y prófugos que pueblan las oníricas calles de Viena y que se hacen pequeños bajo la claridad de los faroles, pero parecen gigantes cuando proyectan sus descomunales siluetas sobre los edificios bombardeados o en las intrincadas cañerías del alcantarillado.

Veinticinco años más tarde Welles presentaba su célebre "Fraude", un ensayo brillante sobre la posibilidad de engaño en lo audiovisual, un homenaje quizás a su papel en la película co-escrita por Green, Reed y, de acuerdo a la leyenda, el propio Welles, el tercer hombre.

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