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La isla de Sein en el siglo XIX, en Bretaña. Una población rudimentaria vive aquí en estas costas ventosas, ajena al resto del mundo. Aquí ya no viene ningún sacerdote porque son pecadores y saboteadores. Por lo tanto, el sacristán actuará como sacerdote. Los habitantes de la isla necesitan religión, aunque la suya roce la superstición. Y sí creen en su nuevo oficiante, aunque éste no se atreva a hacer todo lo que hace un sacerdote (los sacramentos). Pero poco a poco lo haría, si no fuera por la llegada de una verdadera figura religiosa escoltada por gendarmes.