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En 1994, Andrés Rabadán se entregó a la policía tras descarrilar tres trenes y matar a su padre con una ballesta. Lo declararon no culpable y le diagnosticaron esquizofrenia delirante paranoide. Es condenado a pasar 20 años en un centro penitenciario psiquiátrico. Va al infierno y regresa y comienza a recoger las piezas de su vida, utilizando la pintura como una forma de exorcizar sus propios demonios.