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Azotado por los vientos glaciales del Ártico, a medio camino entre Noruega y el Polo Norte, la última parada antes del fin del mundo se llama Longyearbyen. Este pequeño pueblo tiene la particularidad de recibir inmigrantes de todo el mundo que no tienen ni permiso ni visa. Cuarenta y cuatro nacionalidades están representadas en la isla. La única condición para poder quedarse es la capacidad de satisfacer las propias necesidades. En Longyearbyen, los nacimientos no están realmente autorizados, pero tampoco las muertes... es un lugar de paso del que es difícil no sólo vivir, sino también salir.