Un género que fue nombrado como tal más de veinte años después de su breve pero influyente paso por el mundo de la música, el “yacht rock” es tan reconocible como indefinible. Y el film Yacht Rock: a Dockumentary, que integra la serie de HBO titulada Music Box, trata de llegar al fondo, de descifrar de qué se habla cuando se lo menciona. Un documental inusualmente académico y profundo, que intenta descifrar desde lo específicamente musical qué es lo que define a un género, “Yacht Rock” se centra en un período específico de la historia del rock estadounidense, que va de 1976 a 1984. Si bien en cada época hay diversos hilos musicales paralelos en funcionamiento, uno de los géneros más populares de esa época era el soft rock, suerte de pop suave, melódico, accesible para los oídos no tan “rockeros” e ideal para la radio AM. Dentro de ese gran paraguas musical del “rock suave”, había una línea generada más que nada desde California y con muchos músicos participando en proyectos de otros, que incluía melodías de extracción jazzística, voces más propias del soul (aunque los músicos eran blancos) y arreglos sofisticados –más basados en teclados que en guitarras–, considerados “elegantes” en el contexto. Eran, además, bandas cuyos intérpretes no tenían una imagen particularmente atractiva o reconocible, músicos que componían canciones que podían sonar bien en una radio, en un ascensor o en un evento social y que se alejaban de todo lo que podía ser, entonces y ahora, considerado cool.
Durante mucho tiempo no se lo consideraba un apartado específico de la música sino algo ubicable dentro del formato AOR (o “Adult Oriented Rock”) que tenían algunas radios norteamericanas que elegían este tipo de música más apacible y amable a los oídos, especialmente para correr en paralelo a movimientos como el punk (y sus derivados, como el post punk), el metal o el funk más puro y duro. Esa definición tardía del género se armó a partir de una popular serie de sketches cómicos que surgieron online a mediados de los 2000, que se ocupó no sólo de definir el nombre del género sino de ubicar a muchos de los músicos que se cruzaban en los distintos álbumes dentro del mismo paradigma. ¿El único problema? El calificativo era afectuoso pero un tanto burlón ya que fue generando una suerte de imaginario entre tontuelo y ridículamente sofisticado para los intérpretes, a quienes se los veía con gorritas de capitán de barco y looks un tanto patéticos. Si bien el género pocas veces tuvo conexión con algo marítimo, hay algo en las canciones que estas bandas producen que, en el imaginario, bien podrían sonar en un paseo en yate de esa época.
El documental traza líneas y encuentra el origen de todo en los Beach Boys, cuyos discos en los ‘60, a partir de los maravillosos delirios creativos de su líder Brian Wilson, utilizaban cada vez más complejos arreglos de estudio y melodías alejadas de los acordes tradicionales del rock y el pop. Esa influencia la retomaría en California un grupo de músicos y sesionistas profesionales que, a mediados de los ‘70, eran convocados por muchos artistas por su talento y capacidad para sacar rápidamente temas y grabarlos rápido, sin contratiempos ni problemas. Esos sesionistas fueron nucleando en torno a Steely Dan, la banda de Walter Becker y Donald Fagen que algunos consideran como “madrina” de este género, conexión que sigue enojando al día de hoy a Fagen, que no aparece entrevistado en el film y que solo se comunica en un momento para cortarle el teléfono al director ante su pregunta relacionada al tema. A diferencia de Fagen –quien considera que el género seguramente desprestigia y achata sus aportes a la música pop del siglo XX, que son muchísimos–, los otros músicos agrupados bajo ese “paraguas” terminaron aceptando, un poco a regañadientes pero a la vez sabiendo que había una veta comercial para explotar allí, la confusa etiqueta.
¿Quiénes son? Acaso los centrales sean los miembros de Toto, la banda famosa por hits como Rosanna y Africa, dos de las canciones más canónicas del género. Pero la influencia de los integrantes de la banda excede los álbumes de Toto, ya que la mayoría de ellos tocaron, compusieron o participaron en discos de otras bandas, un grupo que integran los Doobie Brothers (y, especialmente, a partir de la llegada de su cantante más identificable, Michael McDonald), Kenny Loggins, Christopher Cross, Stephen Bishop, Pablo Cruise, Ambrosia y muchos otros artistas que tuvieron, al menos, una breve etapa de “romance” con el estilo que coparía las radios especialmente entre 1978 y 1982, y que empezaría a encontrar su golpe de gracia, su mayor éxito y, a la vez, su temprano final, con el crecimiento de MTV. Es que el furor de Thriller, el álbum fundamental de Michael Jackson y de la música pop de la época, les dio por un lado un gran rédito económico (varios de los miembros de Toto tocaron en ese disco y compusieron el tema Human Nature) y por otro, debido al eje puesto en los videos, fue su golpe mortal. El éxito de MTV generó, de un día para el otro, la necesidad de que las bandas, además de hacer música, tenían que tener un buen look, algo que pocos de los barbados y no necesariamente carilindos músicos del “yacht rock” tenían.
El documental que estrenó Max en los Estados Unidos y que pronto se verá en la plataforma de streaming en el resto del mundo va contando la historia de los álbumes fundamentales del género, los grandes éxitos, el crecimiento, el furor y la decadencia hasta el punto de la invisibilidad, al menos hasta que este nuevo “etiquetado frontal” y el crecimiento de las radios de clásicos (tipo Aspen) los salvó del olvido y/o el desprecio. Si bien es un género muy poco estudiado y hasta pasado por alto por los que han escrito la historia del rock, llegó a tener álbumes multipremiados en los Grammy como el primer disco de Christopher Cross, que se llevó el Grammy a mejor álbum del año en 1981 por sobre discos de Pink Floyd (sí, le ganó a The Wall), Frank Sinatra, Billy Joel y Barbra Streisand. Lo mismo pasó con IV, de Toto, dos años después, álbum que superó a los de Paul McCartney, John Cougar Mellencamp, otra vez Billy Joel y al mismísimo Donald Fagen, con su obra maestra The Nightfly.
Mediante entrevistas actuales a sus representantes más reconocibles como McDonald, Cross, Loggins y varios de los miembros de Toto (Steve Porcaro, David Paich y Steve Lukather), muchos de los cuales siguen siendo amigos hasta hoy, el documental va colando análisis de otros músicos que bebieron y/o admiran el género (como Questlove de The Roots, Mac DeMarco o Thundercat, entre otros), lo mismo que periodistas y otros especialistas que definen las especificidades musicales del género, el impacto que muchas de las canciones les provocaron y cómo los influenciaron en sus respectivas carreras. Entre los temas más reconocibles del género, además de las citadas y otras de Toto como Hold the Line, hay varias de Christopher Cross (Sailing, Ride Like the Wind), algunas de McDonald como cantante de Doobie Brothers y como solista (como la influyente What a Fool Believes, Minute by Minute y la muy sampleada I Keep Forgettin'); la influyente “Peg”, de Steely Dan (bah, todo el disco Aja, de 1977, en realidad) y temas de Loggins –-uno de los que mejor sobrevivió el advenimiento de MTV gracias a sus éxitos en bandas sonoras de los ‘80–, como This Is It o Whenever I Call You Friend, entre otros.
Hay, claro, muchas discusiones abiertas sobre el tema y el límite con el “consumo paródico” siempre está a la vista, pero lo cierto es que el documental aporta una mirada inteligente, desprovista de prejuicios y sin sorna alguna para un género que muchas veces fue ridiculizado por el público más rockero, especialmente el blanco. De hecho, uno de los ángulos más interesantes que abren algunos entrevistados como Questlove y Thundercat pasa por el componente afroamericano del yacht rock y como siempre fue igual o aún más apreciado por ese público que por el blanco, al punto de que muchos creían que algunos de los cantantes, por su rango y estilo vocal, eran negros. Esa otra avenida –una ligada al soul sofisticado que bien podría ser parte del género, con referentes claros como George Benson y Al Jarreau, entre otros– es una que se puede explorar aún más.
En medio de una explosión de documentales que intentan explorar cada avenida e historia de la música pop y rock pero que se quedan en apreciaciones anecdóticas sobre las vidas de los artistas o episodios de su carrera --o los que eligen analizar el contexto social que los rodea y no mucho más que eso--, Yacht Rock: A Dockumentary no solo resulta musicalmente mucho más intensivo y profundo –casi un curso rápido en arreglos y producción musical– sino que pone la mirada en un momento y un género, inventado o no, que no está analizado hasta el hartazgo. Aún en el mil veces recorrido mundo de la historia de la música rock, todavía quedan rubros por explorar y descubrir. Preferentemente, claro, tomando un trago con una modelo a bordo de un yate.
D.L.
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